Un clásico imprescindible para la comprensión de una de las leyes fundamentales que rigen al hombre y la naturaleza
Uno de los temas más difundidos –y menos comprendidos- de la
filosofía oriental es el Karma palabra
que nos hemos acostumbrado a usar a diario pero cuyo sentido profundo se nos
escapa o entendemos a medias. En su GlosarioTeosófico, Helena P. Blavatsky define metafísicamente al Karma como la Ley de Retribución, la Ley de Causa y Efecto o de Causación
ética. La describe como el poder que gobierna todas las cosas, la resultante de
la acción moral o “… el efecto moral de
un acto sometido para el logro de algo que satisfaga un deseo personal…”
Aunque contundente, esta definición sigue siendo compleja para la mentalidad
occidental.
De hecho, tanto Blavatsky como tantos otros referentes del
Orientalismo, han escrito innumerables ensayos intentando explicar ésta Ley de
Acción y Reacción, pero hay uno que se destaca especialmente. En 1910, en la
ciudad de Hamburgo, el filósofo austríaco Rudolf Steiner dictó un ciclo de once
conferencias sobre el Karma que se
volverían célebres con el transcurso de los años. Para esa época, Steiner era
un miembro destacado de la Sociedad Teosófica en Alemania y Austria y su
calidad de pedagogo era ampliamente reconocida en los círculos esotéricos
centroeuropeos. Estas conferencias fueron publicadas con el nombre de Las manifestaciones del Karma y se nos
presentan, un siglo después de haber sido escritas, con una vigencia
particularmente notoria porque, desde el principio de la obra, Steiner define
con precisión aquellas circunstancias en las que puede aplicarse la definición
de Karma y las que no. Lo hace en un
lenguaje propio de Occidente, de modo que quienes lo escuchan pueden comprender
su significado en ejemplos emergentes de la propia cultura de Occidente.
Steiner descarta que pueda definirse como Karma a un efecto reactivo inmediato, del
mismo modo que no puede aplicarse a una simple relación de causa y efecto. Cada
conferencia parece introducirnos más profundamente en la comprensión de este
misterio, desde el reino animal hasta las Entidades Superiores, ambos extremos
alcanzados por esta Ley que parece establecerse en parámetros universales. Dentro
del arco comprendido entre ambas puntas de la existencia, Steiner se detiene a
analizar de qué modo actúa el Karma
en la salud y la enfermedad; en la delicada cuestión de las enfermedades
terminales, así como en las naturales y en las accidentales. Se introduce en
terrenos que otros rehúyen, como el de las catástrofes naturales, desde las
pandemias hasta el desborde de las fuerzas de la naturaleza. Aborda el tema de
la muerte y el renacimiento, así como del porvenir y del denominado Karma colectivo.
Avanzando hacia el interior del conocimiento, Steiner
culmina sus conferencias con una magistral descripción del problema del
Mal y del modo en que esas fuerzas
representadas por Lucifer y Ahrimán actúan sobre el hombre, porque es en la
medida que comprendemos esta acción que podemos librarnos de su influencia. A
lo largo de sus once disertaciones ya quedan plantadas las bases de la Antroposofía,
que presentará dos años después.
Rudolf Steiner (1905)
Sin dejar el marco de referencia en el cual se fundamenta
esta doctrina que es propia de Oriente, Steiner logra introducir al lector
occidental en las sinuosidades del orientalismo, con ejemplos y alegorías que
ilustran todo el recorrido de las disertaciones. Es obvio, desde el principio,
que Steiner pretende –y lo logra- desplegar ante su auditorio un conocimiento
que transforma a quien lo escucha en la medida que lo vuelve consciente de las
fuerzas que lo rodean y que interactúan en su vida, porque más allá de sus
implicancias cósmicas, el Karma rige
nuestro destino en tanto que actuamos en la ignorancia; pero se vuelve una
herramienta poderosa de nuestra evolución si logramos comprender su mecanismo.
¿Por qué debe leerse este libro? Porque continúa siendo uno de los pilares
sobre los cuales Occidente accedió al conocimiento milenario de la filosofía
oriental y porque en él La Ley de Karma se abre ente nuestros ojos con una
dimensión infinitamente más rica de la que nos hemos acostumbrado a ver en la
cotidianeidad de nuestro lenguaje.